Rosana Acheme, bioquímica platense, Subdirectora de Laresbic de la Fundación Bioquímica Argentina que descubrió una apasionante actividad artística
Rosana recuerda el momento exacto en que se enamoró de la bioquímica: su primera clase de química en 3er año de la secundaria. «¡Esto es lo que quiero!», pensó, y así comenzó su viaje por el apasionante mundo de las moléculas y las células. Su papá, farmacéutico de profesión, jugó un papel clave en esta historia. Él también soñaba con ser bioquímico, pero la vida lo llevó por otro camino. Cuando Rosana le contó su decisión, la conectó con amigos bioquímicos para que conociera el detrás de escena en los laboratorios.
Sin dudarlo un segundo, se lanzó a estudiar bioquímica en la Universidad Nacional de La Plata. La carrera la atrapó por completo, especialmente el lado clínico. Tras graduarse, realizó su residencia en un hospital y su camino la llevó a trabajar en un laboratorio privado de análisis clínicos, y en el 1997 en la Fundación Bioquímica Argentina, donde hizo sus primeros pasos en el Programa de Evaluación Externa de Calidad (PEEC), al mismo tiempo que se sumaba al Laboratorio de Referencia y Estandarización en Bioquímica Clínica (LARESBIC) que recién estaba iniciando. Al poco tiempo también se sumó al Programa de Evaluación Externa de Calidad (PEEC). Hoy Rosana es Directora Técnica de su laboratorio, Coordinadora del Subprograma de Control de Instrumental del PEEC y Subdirectora del LARESBIC.
Por el 2018 andaba en busca de un hobby. Quería empezar a encontrar algo que me guste, pero no tenía demasiada seguridad para dónde ir, no como cuando descubrí mi vocación por la bioquímica. Y un día, cuando empecé a tener Instagram encontré un taller de pintura que decía “vení a hacer tu propio cuadro en cuatro clases, no es necesario que sepas pintar”, y fui. Tenía curiosidad. Asi que a fines del 2018, principios del 2019 me fui a hacer mi propio cuadro sin saber absolutamente nada. Nunca había agarrado un pincel, no sabía lo que era una pintura, una bastidor, nada.
Y fue una experiencia muy traumática. La sufrí, la padecí, porque realmente no sabía nada. Era verdad que no sabía nada. Yo tenía que hacer una rayita y esperaba que la profe me dijera “hace la rayita”. No me animaba. Entonces fui muy dependiente de la profesora, no hice lo que yo quería hacer y dije “No, si voy a pintar, necesito estudiar un poco”. Pero bueno, quedó ahí, quedé medio frustrada. No quise hacer más nada.
En el 2020, dije “bueno, esto lo quiero hacer”. Empecé a ir a exposiciones, busqué bastante sobre el tema, me gustaba estudiar los detalles de los cuadros, ver técnicas de cómo pintaban otros artistas. Me anoté en otro taller pero para empezar desde cero, empezar a aprender. Fui a dos clases y decretaron el aislamiento preventivo y obligatorio. Yo, adentro de mi casa, con cinco acrílicos y cuatro pinceles. Tuve la suerte de que la profe nos siguió dando clases online. Obviamente no era lo mismo que tener a alguien que te diga cómo sostener el pincel.
Al principio, la pintura me intimidaba y me limitaba a seguir las instrucciones de la profesora. Sin embargo, poco a poco fui aprendiendo a perder el miedo y a aprovechar los “accidentes” como parte de la obra, convirtiéndolos en elementos que aportaban a mi creación.
Comencé copiando obras de otros artistas, pero a medida que avanzaba, fui desarrollando mi propio estilo y explorando diferentes técnicas y texturas. La pandemia me obligó a ser ingeniosa y sacar el máximo provecho de lo que tenía a mano: 5 colores y 4 pinceles.
En 2021, con la apertura gradual de la cuarentena, regresé al taller presencial, donde puedo expresarme con mayor libertad y crear mis propias obras.
Quería dejar de copiar y empezar a crear. Por otra parte, a mí nunca me gustó la pintura figurativa, copiar una planta, un paisaje, copiar era lo que ya estaba haciendo. Yo quería pintar abstracto, las manchas no pueden copiarse, las manchas son únicas, dependen de un momento, de un autor, de su trazo, de su alma.
Mi intención con el abstracto era aprender todas las técnicas que pudiera. Empecé desde pintura asfáltica, acrílico, pintar con café, empezar a generar texturas, pintar con pincel, con espátula, con rodillos. Como no tenía un estilo definido, porque recién estaba empezando, quería incursionar en todas las técnicas que pudiera, como para saber después para dónde ir. Si vos me preguntas cómo son mis obras, yo te digo que son todas diferentes. Cuando empiezo una obra nueva, pruebo una nueva técnica. Es fascinante la cantidad de materiales que una no se imagina y se pueden utilizar para pintar.
En 2021, mi profesora fue invitada a realizar una exposición de su obra “Atravesados por mundos etéreos” en el Museo del Ladrillo de La Plata. La temática de la muestra era trabajar con elementos de la tierra que nos remitiera al origen, a las raíces, como el polvo de ladrillo y el barro.
Para mi sorpresa, mi profesora me convocó para ser una de las seis alumnas que la acompañarían en la exposición. Me sentí muy sorprendida y emocionada, ya que no me consideraba una artista, sino una principiante en el mundo del arte abstracto.
Si bien la consigna era trabajar con tierra y polvo de ladrillo, la libertad creativa era total. Fue un gran desafío. El Museo del Ladrillo, al ser fundado por la fábrica Ctibor, nos brindó bolsas de este material para trabajar. Me costó muchísimo, es muy difícil trabajar con polvo de ladrillo porque, a diferencia de otros materiales, al ser un polvo suelto y poco adherente, parecido a la tiza, requiere de técnicas especiales con barnices y lacas para fijarlo en un lienzo y después poder darle color arriba.
Me inspiré en la textura y la rusticidad del material, buscando plasmar su esencia en la obra. Exponer en el Museo del Ladrillo fue una experiencia increíble. Sentí una gran satisfacción por el trabajo realizado y por la confianza que mi profesora depositó en mí.
Ahora en el verano que suspendí el taller, pinto en mi casa. Pero no tengo un lugar destinado para pintar y por eso pinto obras pequeñas. Lo que tiene de lindo el taller es que, más allá del ambiente distendido, tenés espacio para disponer todos tus elementos, y podés manchar y ensuciar, cosa que en mi casa no tengo ese espacio, entonces es más incómodo.
Cuando hicieron toda una remodelación el Centro bioquímico del distrito de La Plata, me pidieron un cuadro para la sala de presidencia y pinté uno de 1.00 x 1.50m. A ese sí lo hice en el taller porque es muy grande. Calculo que en algún momento destinaré alguna habitación de mi casa para pintar.
Usando solamente el tiempo que tengo en el taller, que son 3hs a la semana, me llevó entre cuatro y seis clases.
En el verano pinté tres cuadros chicos en mi casa y me doy cuenta de que cada vez los pinto más rápido, ya estoy más suelta, me sale más fácil. Lo que a mí me pasaba, por ejemplo, que a veces me traía cosas a mi casa para seguirlas y enseguida me trababa y necesitaba el apoyo de la profesora que me guiara “seguí para este lado”. Y ahora resuelvo sola.
Yo comparto el taller con otras chicas que pintan abstracto y se inspiran en, por ejemplo, un paisaje y lo llevan al abstracto de alguna manera que lo sienten. A mí no me pasa eso. Yo estoy permanentemente mirando obras de muchos artistas y por ahí me gusta un efecto, una paleta de color y me dan ganas de aplicarlo. Salvo que tenga una consigna específica, como fue lo del ladrillo o el cuadro para el distrito que ya sé dónde van a estar encuadrados, el contexto y demás, si no miro el bastidor que tengo adelante y empiezo con carbonilla o incluso hasta con pedazos de carbón de la parrilla y hago trazos como para marcar donde va la oscuridad, la claridad, los colores.
Dependiendo de lo que haya elegido en cuanto a paletas de color, después es puramente intuición de estar adelante del blanco y tirar rayas y “¡ah, me gustó! Lo que me dice mi profe: “la obra te habla, el cuadro te va a ir diciendo para dónde vas”. Y es así, vos empezaste de una manera y no sabés para dónde vas a terminar. Es todo intuitivo, es impulso y en el medio del proceso, pasás por sentimientos de emoción, felicidad, frustración, depresión, querer volver a pintar todo de blanco, volver a empezar, volver a decir qué lindo que es, esto es lo que quiero, no me gusta. Así son todas las obras, un torbellino de emociones, que a veces no te explicas cómo querés volver a pintar, pero sin embargo, es un proceso que lo disfruto igual, por más que me frustre, por más que me salga mal, por más que tenga que volver a empezar de nuevo, todo el proceso me abstrae, como que estoy en mi mundo en ese momento.
La pintura me ayuda a equilibrar la vida profesional con la personal. Me cambió muchísimo. Yo vivo sola y en la pandemia fue soledad total. En ese momento no sabía hacer nada, pero tenía esa curiosidad y eso me llenaba los días, me sacaba de toda esa angustia y preocupación que nos generó el aislamiento todo ese tiempo.
Cuando comencé a explorar el arte abstracto, Kandinsky me cautivó por completo. Su obra me impactó profundamente por el uso del color y las formas geométricas. Sin embargo, con el tiempo, descubrí que mi estilo se inclina por un abstracto más espontáneo, sin la necesidad de formas definidas.
Sin duda, la obra que más me ha desafiado fue la que expuse en el Museo del Ladrillo. A diferencia de otras obras, esta no salió como lo imaginé en un principio porque comencé con una paleta de colores y una idea en mente, pero al retomarla una semana después, la obra no me satisfacía. Los colores opacos y la pérdida del brillo inicial del polvo de ladrillo me desorientaron. Decidí seguir pero en la siguiente clase, al no encontrar la armonía que buscaba, opté por empezar de nuevo, esta vez con una paleta de color diferente.
Me gustó mucho el último cuadro que hice, el otro día lo terminé. Lo hice sin dirección, es una obra mía pura, porque fue sin asistencia de mi profesora. Por eso creo que también me gusta tanto. Es un cuadro chiquitito que hice en mi casa, y ahora está en la casa de una amiga. Me gustó el hecho de poder hacerlo, que me agrade el resultado y haber estado feliz desde que lo empecé hasta que lo terminé.
La bioquímica siempre me gustó, me sigue gustando, es mi sostén y es a lo que me dediqué toda la vida, pero a veces esa fantasía de decir si yo volviera a empezar ¿qué haría? ¿Volvería a elegir bioquímica? Y termino en el mismo lugar, volvería a elegir bioquímica, entonces confirmo que la bioquímica fue mi vocación siempre. Y con la pintura me pasó algo similar, me sorprendí con esto y le dediqué tiempo porque me da satisfacciones personales que me desconecta de la mesada. Entonces mi consejo sería que busquen y busquen hasta que se apasionen como con la bioquímica.