El bioquímico e investigador del Conicet, reconocido nacional e internacionalmente, defendió la necesidad de hacer ciencia básica, al asegurar que en la Argentina “no solo se puede hacer tecnologías asociadas a descubrimientos de países centrales” sino que hay “potencia para desarrollar cosas nuevas”.
El reconocido nacional e internacionalmente bioquímico e investigador de Conicet, Gabriel Rabinovich, recibió el martes 31 de octubre el Premio Konex de Brillante 2023 junto a la ecóloga Sandra Díaz. El científico premiado defendió la necesidad de hacer ciencia básica, al asegurar que en la Argentina hay “talento humano y potencia para desarrollar cosas nuevas e iluminar el mundo”.
Nacido en la ciudad de Córdoba hace 54 años, donde hizo su carrera de grado y doctorado, a los 24 años Rabinovich descubrió una proteína (galectina 1) clave en diferentes procesos y después de 30 años de investigación (y varias tapas en las más prestigiosas revistas de ciencia del mundo), creó junto a su equipo Galtec una start up con la que esperan en dos años tener listo un anticuerpo para el tratamiento de cáncer así como una terapia para enfermedades autoinmunes para hacer ensayos clínicos.
Además, es investigador de Conicet y dirige el Laboratorio de Glicomedicina, en el Instituto de Biología y Medicina Experimental (Ibyme).
El descubrimiento de galectina 1 (Gal1) y sus funciones son fundamentales en el contexto actual de los tratamientos de inmunoterapias contra el cáncer, en particular en el desarrollo de terapias que debilitan al tumor a partir del bloqueo de determinados blancos vinculados a proteínas de unión a azúcares (glico checkpoints), una nueva era de la que Rabinovich y su equipo son protagonistas.
En una extensa charla con Télam con motivo del Premio Konex de Brillante hizo un recorrido por su historia, destacó la importancia de hacer ciencia básica, del trabajo colaborativo y planteó cuáles son los desafíos de la ciencia argentina.
Gabriel Rabinovich: Pasaron 30 años y muchas cosas. Cuando tenía 22 años en cuarto año de la carrera teníamos que elegir un laboratorio para entrenarnos. Yo quería entrar en el mundo de la Inmunología porque había cursado la materia y me había volado la cabeza, pero no había lugar.
En la actualidad, la mayoría de los laboratorios cuentan con equipamientos automatizados que pueden evaluar el CTX y el P1NP en la misma muestra sérica. La Fosfatasa alcalina total, es una determinación habitual de laboratorio mientras que la FAO se determina habitualmente por medio de un ELISA común.
Me dijeron que había un laboratorio que necesitaba un ayudante y cuando me contaron en qué trabajaba al principio no me entusiasmó tanto: el tema eran azúcares y proteínas de unión a azúcares (lectinas) de la retina y el hígado del pollo.
En ese momento, Carlos Landa, que era mi mentor, como sabía que me gustaba la inmunología me ofreció hacer anticuerpos de conejos que reaccionen contra lectinas (proteínas que se unen a los azúcares) de la retina y del hígado del pollo.
Y eso hicimos: inmunizamos conejos, obtuvimos anticuerpos y yo me quedé contento que había aprendido hacer anticuerpos. Por esas cosas de la vida, me llevé algunos de esos anticuerpos que habíamos hecho en tubitos de rollos de fotografía y los puse en mi heladera y el resto quedaron por supuesto en el laboratorio.
Sí, pero no fue tan automático su descubrimiento. Terminé la carrera en junio de 1993 y apareció un lugar en la cátedra de inmunología. Consensuamos un tema, estuve como seis o siete meses trabajando con una frustración enorme porque no aparecía ningún resultado. En ese momento pensé en dejar la ciencia porque sentía que no era bueno para esto.
La ecóloga Sandra Díaz y el bioquímico Gabriel Rabinovich ganadores del Konex de Brillante
Y fue entonces que charlando con una amiga muy querida que hoy forma parte del Galtec (Kiyomi Mizutamari), y sumado a que había quedado con una relación muy buena con Landa, se me ocurrió ver qué pasaba con esos anticuerpos e intentar ver si reaccionaban con una molécula similar por reacción cruzada.
Ahí apareció una proteína de muy bajo peso molecular, la galectina 1. Junto a Carlos, un investigador de su laboratorio, Leonardo Castagna, y Claudia Sotomayor comenzamos a trabajar y logramos purificarlas. Luego pudimos ver que en las células tumorales estaban mucho más presentes.
Entonces surgió la pregunta: ¿Qué harán estas proteínas que se unen a azúcares (lectinas)? El único antecedente que había era que las lectinas de las plantas aumentaban la proliferación de linfocitos (células del sistema inmune) Entonces empiezo a hacer pruebas y veo que pasa todo lo contrario, que nuestra galectina hacía morir los linfocitos. Primero pensamos que se trataba de un error, que se había contaminado la muestra, pero repetimos las pruebas y confirmamos que era así y ahí empezó toda la historia.
Durante un tiempo cada grupo que trabajaba con estas proteínas le ponía un nombre diferente y la nomenclatura era muy caótica hasta que salió un trabajo que proponía que: todas las proteínas de todas las especies que unen beta galactosas (azúcares) se llamarán galectinas. Ahí se empezó a revolucionar el campo y se empezaron a descubrir nuevas galectinas.
Cuando estaba terminando la tesis nos preguntamos para qué podía servirle a una proteína eliminar linfocitos T que estaban activados y cumplieron su función.
Se nos ocurrió probar si la galectina podría servir para suprimir enfermedades autoinmunes particularmente .Conseguí una beca, me fui a Gran Bretaña y allí lo que hice fue clonar el gen de galectina 1, ponerlo en vectores y vehicularizarlos por terapia génica a ratoncitos que tenían artritis. Y lo que sucedió fue que luego de recibir la galectina 1 recuperaban gran parte de la movilidad y se atenuaba la respuesta inflamatoria. Esa fue mi tesis doctoral y la presente el 26 de febrero de 1999.
¿Y ahí rompieron la Matrix?
En gran parte. Luego volvimos a sentir esa sensación de felicidad cuando se publicó en marzo de 2004 la tapa de la revista Cancer Cell bajo el título “The Sweet Kiss of Death” (El dulce beso mortal) con el trabajo que hicimos en el Hospital de Clínicas sobre la función de la galectina 1 en los tumores.
Lo que vimos en melanoma (cáncer de piel) es que tenía muy aumentada la galectina 1, entonces descubrimos que si se bloquea Gal 1, el tumor se debilita frente al sistema inmune y crece menos.
Luego en el 2014 en el IBYME demostramos que el bloqueo de Gal 1 también dificultaba la vascularización (llegada de sangre) y oxígeno al tumor, trabajo que logramos publicar en la portada de la revista Cell.
Hoy están a un paso de convertir este descubrimiento en un tratamiento para cáncer y enfermedades autoinmunes, pero... todo empezó con ciencia básica.
Mucha gente ve Galtec con la fotografía actual pero la película tuvo que ver con un apoyo estatal desde el principio. Cuando identificamos Gal 1 no tenía una potencialidad terapéutica. Era la ciencia por el conocimiento mismo.
Para llegar a hoy fueron muchos becarios de Conicet, muchos subsidios de la Agencia de Promoción Científica del Ministerio de Ciencia y Técnica, del Conicet, de la Universidad de Buenos Aires, de la Universidad de Córdoba, es decir que fue un esfuerzo muy grande tanto del Estado como de ONG’s como la Fundación Sales, Bunge y Born, Williams y Baron.
Es utópico pensar que un privado va a apostar a la ciencia básica desde tan temprano. Y también me parece que es menospreciarnos pensar que no tiene que salir de nosotros ciencia básica, que solamente podemos hacer tecnologías asociadas a descubrimientos del primer mundo.
Yo pienso que tenemos el talento humano y la potencialidad para poder desarrollar ciencia disruptiva y novedosa e iluminar como un faro; por supuesto que hay que cuidar nuestra soberanía, pero también podemos ser un faro para el mundo. Y, en un punto, eso es lo que deseamos con Galtec: que es internacionalice, que pueda generar terapias para todos los pacientes con cáncer y autoinmunidad en todo el mundo.Comunicar mejor la actividad científica, profundizar el trabajo entre investigadores y grupos diferentes y aceitar el vínculo con la sociedad son algunos de los desafíos que Rabinovich identifica para la ciencia argentina.
“Tenemos un desafío muy grande que es insertarnos cada vez más en la sociedad, para eso me parece que es importantísima la comunicación. Hay que contarle a la población lo que hacemos porque muchas de las valoraciones que aparecen cuando se habla sobre Conicet o de la investigación tienen que ver con un desconocimiento profundo de qué es lo que se hace dentro de los laboratorios”, sostuvo.
El investigador -quien desde 2016 es Miembro Asociado Extranjero de la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos (NAS) y desde 2022 miembro de la Organización Europea de Biología Molecular (EMBO)- también señaló que “a las y los científicos argentinos muchas veces nos falta valorarnos”.
“Sin embargo, los recursos humanos en Argentina son impresionantes, y la evidencia es que un investigador que va a un laboratorio de cualquier parte del mundo, tanto privado como público, triunfa”, aseguró.
Otro punto importante para Rabinovich es el trabajo colaborativo: “Hace falta colaborar muchísimo más inter laboratorios e inter instituciones; creo que vamos a crecer muchísimo más si perdemos eso de cuidar cada uno su quintita; cuando uno ve los papers grandes que aparecen en las revistas de alto impacto hay 30 ó 40 autores de diferentes lugares”.
“Es importantísimo conocer cuáles son las necesidades de las personas y de la sociedad. A mí me cambió la vida el momento en que comencé a sentir que el trabajo que hacía respondía a una necesidad”, expresó.Y continuó: “Hoy me escriben diariamente personas que tienen cáncer o que tienen un familiar con cáncer y yo siento que estoy acompañándolos al responderles aunque nos faltan dos años como mínimo para poder llegar con un tratamiento”.“Pero creo que en general hay disociación entre la persona que hace ciencia y la sociedad y muchas veces el mismo científico no sabe para qué está haciendo lo que hace; sin embargo, cuando la motivación parte profundamente de una necesidad social, se potencia”, concluyó el investigador.
Fuente: Telam