Por Claudio H. Cova, Presidente de la Federación Bioquímica de la provincia de Buenos Aires
“Y la ciudad ahora, es como un plano
de mis humillaciones y fracasos;
desde esa puerta he visto los ocasos
y ante ese mármol he guardado en vano.
Aquí el incierto ayer y el hoy distinto
me han deparado los comunes casos
de toda suerte humana; aquí mis pasos
urden su incalculable laberinto...
No nos une el amor sino el espanto;
será por eso que la quiero tanto.”
Esto es un fragmento de un poema del poemario de “El otro, el mismo” (1964) del inolvidable Jorge Luis Borges.
En una total arbitraria interpretación podemos tomar la nostálgica descripción de una Buenos Aires que se desdibujaba con la de un país que no sólo pierde sus contornos, sino cualquier referencia que nos lleve a la Argentina soñada que valga la pena ser vivida, y que no transforme una vez más a Ezeiza como la única salida para miles de jóvenes que mes a mes dejan sus raíces, sus proyectos, sus sueños, para llevarlos a lugares del mundo donde al menos la esperanza sea posible.
La incertidumbre hoy se ha apoderado de cada segundo de nuestras vidas, y no sólo se nos hace difícil elegir “lo menos malo”, sino que sabemos a ciencia cierta, con escaso margen de error, que de cualquier forma será malo.
Ya la discusión no es cómo vamos a hacer para superar los innumerables obstáculos que se nos van a presentar, sino cómo haremos para sobrevivir si no nos permiten avanzar. Nos convertimos en matemáticos expertos en calcular todo aquello que no puede evitarse, transformando la variable tiempo en una tensa espera a lo que sabemos no podremos cambiar.
Borges habla de humillaciones y fracasos, algo que los últimos gobiernos vienen desplegando con gran maestría y persistencia, y en el caso del sistema sanitario sumándole la cruel insensibilidad hacia lo más sagrado, independientemente de credos y religiones, el valor de la vida humana.
La humillación la sentimos cotidianamente cuando queremos transformar, en un ejercicio banal y cruel, nuestros honorarios profesionales en artículos de primera necesidad, cuando vemos que es imposible crecer aun dejando la mayor parte de las horas del día en nuestras mesadas, cuando miramos hacia atrás y vemos arrasadas aquellas cosas por las que valía la pena luchar: el futuro, la dignidad profesional, el valor de los principios, la empatía, la cultura, la sensibilidad social, el compromiso con el prójimo.
El fracaso se expone impúdicamente, obscenamente, en cada gobierno ciego y sobre todo sordo, que contesta cada pedido o reclamo con indiferencia, con desidia, como esos cambios que se hacen faltando cinco minutos y se está perdiendo cuatro a cero desde el primer tiempo.
Como dice el gran escritor argentino, no nos une el amor sino el espanto, que no sería el motivo más saludable para fortalecer un vínculo humano. El espanto como sinónimo de tragedia, de crisis crónica, de problemas sin solución, de preguntas sin respuestas, de ausencia de propuestas.
Tenemos una gran responsabilidad ciudadana y democrática a la vuelta de la esquina, y cumplirla nos está costando más que nunca, ya que sabemos que vamos a elegir al próximo indiferente, al siguiente ninguneador del sistema sanitario.
Sería muy importante, clave, diferenciador, que luego de las elecciones esa responsabilidad se haga realmente efectiva en un reclamo masivo y popular, permanente y claro, que haga entender a las autoridades de turno que así como venimos, este sistema, que desde hace décadas estaba en condiciones terminales, está dando sus últimos estertores.
Los Bioquímicos mientras tanto seguimos trabajando y sosteniendo nuestras banderas, con compromiso, con entrega permanente, manteniendo a pesar del espanto nuestro profundo e incondicional amor a nuestra profesión.